Elva Sandoval: Una Vida de Fe, Amor y Resiliencia
Orígenes y Juventud
Elva Sandoval nació en Jilotlán de Los Dolores, un pintoresco pueblo ubicado en el estado de Jalisco, México. Durante sus primeros años de vida, residió junto a su abuela y sus hermanos en ese mismo lugar, viviendo una infancia marcada por el entorno rural. A los 16 años, su madre la llevó al norte de México, donde comenzó una nueva etapa al casarse con Manuel Tamayo, con quien formó una familia numerosa de siete hijos.
Raíces y Comunidad
A lo largo de los años, Elva vivió en diversas ciudades, pero finalmente estableció sus raíces en Tecate, al norte de México. Allí residió desde 1984 hasta 2011, año en que decidió mudarse a Los Ángeles para compartir sus últimos años rodeada de sus hijos y nietos.
Compromiso Religioso y Labor Social
Mujer de profunda fe, Elva fue católica por herencia y ejerció como catequista durante muchos años, actividad que le brindó gran satisfacción personal. Sus lazos con la comunidad católica de Tecate fueron muy sólidos y se la recuerda con especial cariño por su dedicación y generosidad. Dedicó parte de su vida a labores de caridad, llevando comida y consuelo a presos y migrantes, mostrando siempre su espíritu solidario y compasivo.
Carácter y Resiliencia
Elva Sandoval destacó por su optimismo inquebrantable. Fue ama de casa, emprendedora y una mujer valiente que nunca se dejó vencer por las adversidades. Para ella, los obstáculos eran oportunidades disfrazadas y, a pesar de las caídas que experimentó a lo largo de su vida, supo levantarse y sacar adelante a su familia con fortaleza y determinación.
Sostén Familiar
La fortaleza de Elva se reflejaba en su papel dentro de la familia. Siempre fue el apoyo incondicional de sus hijos, siendo el pilar al que acudían en momentos de dificultad. Su entrega y generosidad la convirtieron en el corazón de su hogar.
Su Rol como Abuela
Sus nietos la adoraban y la amaban profundamente. Fue una abuela amorosa, cariñosa y dedicada, que transmitía la palabra de Dios a las nuevas generaciones. No faltaban los pellizcos cariñosos durante la misa o el rosario, siempre buscando que sus nietos prestaran atención y aprendieran el valor de la fe.
Centro de Reunión Familiar
La familia giraba en torno a ella, y Elva lo sabía y disfrutaba. Las celebraciones familiares siempre tenían como epicentro la presencia de la abuela, quien era el alma de las fiestas y reuniones.
Personalidad y Relaciones Sociales
Elva era una persona muy amigable, con gran facilidad para hacer amigos y conocer gente nueva. Aquellos que la conocían quedaban encantados por su personalidad y amabilidad, cualidades que la hacían inolvidable para todos.
Últimos Años y Legado
Sus últimos años estuvieron llenos de satisfacción, disfrutando de la compañía de sus hijos, nietos, bisnietos y amigos. Elva deja un vacío imposible de llenar y un profundo dolor por su partida, pero se encuentra en paz, en el lugar donde siempre quiso estar: junto a Dios, a quien amó y en quien siempre confió.
Herencia de Amor y Fe
El legado de Elva Sandoval es uno de amor, resiliencia y una fe profunda en Dios, que permanece vivo en sus hijos, nietos y en las generaciones futuras.
Palabras de la Familia
Hay muchas palabras que pueden describir a nuestra maravillosa matriarca, pero ninguna mejor que las de sus hijos, nietos y bisnieto.
De su hija Verenice Tamayo:
“Fue una mujer con mucha fortaleza que superó muchas adversidades a lo largo de toda su vida, apoyándose siempre en su gran religiosidad.
Muy buena madre y abuela. Una mujer con gran carisma y una personalidad muy agradable y alegre. Le gustaba ayudar a quien lo necesitara, aunque a veces le causara problemas (como cuando se hizo cargo de alimentar y apoyar a los presos en Tecate).
En los últimos años, sus pasatiempos favoritos eran cultivar hortalizas, cocinar, chiquear a sus nietos y hacer oración por quien la necesitara.”
De su hija Margarita Tamayo:
“Hoy despido a mi madre, a la cual amé en todos sus matices. Vivió su vida lo mejor que pudo, yo me quedo con sus enseñanzas sobre la importancia del perdón, la gratitud y la compasión.
Para mí fue la madre que Dios supo que necesitaba, ella hizo lo mejor que pudo con lo que tuvo, y por esto doy gracias a Dios.”
De su hija Maria Tamayo:
“Mi mamá fue una gran mujer, a pesar de todas las adversidades ella infundió en su familia una gran fe en Dios, fortaleza en momentos difíciles y ejemplo de amor y dedicación.
Una madre con mano firme, pero suave a la vez. Siempre tenía la palabra certera para dar aliento, esperanza y consejos a quien lo necesitaba.
Siempre contenta y agradecida con Dios, mostró siempre compasión por los necesitados, ayudando a presos y migrantes.
La llevaré siempre presente y vivirá en mi corazón hasta el día de nuestro reencuentro.”
De su nieta Maria Inés Rosas:
“A mi abuela siempre la recordaré como una mujer cariñosa, amorosa y profundamente religiosa. Hay muchos recuerdos entrañables que guardo en mi corazón; uno de ellos es cuando tenía unos 7 años en Tecate; era un día soleado, mi abuela nos hizo acostarnos en el patio trasero para mirar las nubes y formar figuras. Ese día, ambas vimos la figura de Jesucristo entre las nubes.
Pasé muchos días y noches con ella aprendiendo a rezar el rosario con mis primos, así como asistiendo a misa varias veces por semana. En ese entonces, lo veíamos como una obligación; ahora anhelo volver a esos momentos. Tantos recuerdos donde nos sacaba a caminatas largas por el cerro; que por cual razón estoy convencida de que mi amor a la naturaleza fue heredada de ella. Todas las plantas que a fuerzas nos daba de comer y hasta hoy en día seguimos con la duda de que eran comestibles.
Al crecer, mi abuela siempre estuvo ahí como una segunda madre y una presencia amorosa y estable en mi vida. Fue una mujer desinteresada que dedicó su vida a Dios y a su familia.
A lo largo de su vida, hubo muchas ocasiones en las que tuvo que empezar de nuevo desde cero. Nunca se quejó, simplemente hizo lo necesario para sobrevivir. Esto es algo que siempre he admirado profundamente en ella: esa fuerza interior y esa voluntad inquebrantable de seguir adelante.
Su presencia siempre fue constante, firme y confiable. El hogar se siente más vacío ahora que ella no está. Sus comentarios ingeniosos y dichos son algo que extraño, y anhelo volver a escucharlos.
Aunque su cuerpo físico ya no esté con nosotros, su alma siempre nos acompañará. Saber esto me trae paz en un momento de dolor inmenso, donde su ausencia ha creado un vacío profundo en mi corazón.
Siempre amaré a mi viejita hermosa y la llevaré profundamente en mi corazón. Llevaré conmigo sus enseñanzas y su amor por la vida, la naturaleza y Dios hasta el día en que me reúna con ella en el cielo eterno.”
De su nieta Cinthia Cevallos:
“Al recibir la noticia del fallecimiento de mi abuelita me encontraba en la montaña, ese día por la mañana vi volar tantas mariposas como en pocas ocasiones. Al contarle a uno de mis amigos, me dijo que aunque mi abuelita ya no estuviera aquí, por siempre quedaría algo de ella en mí y tenía razón. Hoy quiero contar sobre una de las cosas que más me queda como enseñanza gracias a mi abuelita y era su capacidad de ver lo positivo en cualquier situación; no importaba lo difícil que fuera, siempre encontraba algo hermoso que apreciar por simple o sencillo que pudiera ser.
Mi abuelita podía hacer que una caminata en un terreno baldío y contaminado de Tijuana se sintiera como un paseo por la pradera más hermosa. Me quedo con esos recuerdos donde paseábamos a los perros y me enseñaba un sinfín de flores y plantas, contándome para qué servía cada una y sus usos medicinales que tal vez hasta se inventaba, no lo sé… pero regresábamos a casa con flores y ramas que quizá nunca usaríamos y se quedarían colgadas secándose boca abajo para cuando se nos ocurriera usarlas. Esos momentos me hacían sentir la más exploradora y emocionada por aprender de la naturaleza, ahora entiendo por qué me encanta estar en el cerro.
Recordaré con mucho amor todos los momentos compartidos con mi abuelita: el jardín de Tecate donde nos enseñaba sus parras, árboles frutales y hierbas, también las florecitas blancas que sabían a miel y para mí eran un manjar de dioses, por siempre apreciaré los momentos en los que ahora entiendo se hacía la ciega para que yo le robara los limones amarillos de sus árboles y me los comiera con mucha sal en modo travesura, quizá todo el tiempo supo que le hacía esa travesura y simplemente me dejaba disfrutar el momento. Está prohibido olvidar aquellos días cuando nos levantaba temprano abriéndonos las cortinas para que entrara el sol por la casa, “¡Buenos días chimoltrufias! Ya salió el sol.”
Aunque Elva tenía la dieta más restringida del universo—sin sal, sin pimienta, sin azúcar—uno de los recuerdos más divertidos que tengo con ella es comiéndonos un aguachile de lobina en El Fuerte, Sinaloa: el más delicioso que he probado, y también el más condimentado. Aun así, la recuerdo empinándose y lamiendo hasta el último granito de pimienta… ¡aunque no podía comerla! Y aunque Elva tampoco podía hacer esfuerzos por su espalda lastimada, también la recuerdo relinchando un caballo en Cerocahui, Chihuahua. Tengo la fortuna de decir que pude viajar con mi abuelita, conocer pueblos mágicos, y verla entablar conversación con quien se le pusiera enfrente era toda una odisea, quien sabe cuánto tiempo se iba a quedar platicando con la gente, al final siempre les daba la bendición.
Recordaré a mi abuelita en todas las cosas bonitas que nos rodean: en las flores, en las nubes que se deslizan por el cielo y en los colibríes que revolotean alegres.
Recordaré el gran amor que nos tenía, sus eructos dignos de récord Guinness y su manera de platicar y conectar con las personas.
Gracias, abuelita, por habernos dado tanto amor, por enseñarnos a encontrar belleza en lo cotidiano y a valorar la alegría de cada instante. Te vamos a extrañar pero tu espíritu permanecerá con nosotros siempre, recordándonos que, aunque la vida nos presente dificultades, siempre hay motivos para ver lo bonito y celebrar la felicidad.
Gracias por hacernos sentir a tus nietas las princesas más afortunadas, tu amor y cariño sin duda quedarán grabados ahora en nuestro propio camino, pero siempre con un cachito de ti.”
De su nieta Elva Zazueta:
“Es muy difícil intentar escribir en unas cuantas líneas una vida tan llena de memorias.
Sé que mi abuela no fue una mujer perfecta. Quizá muchos tengan diferentes opiniones sobre la persona que fue. Como todo ser humano, cometió errores. Tal vez no fue la tía perfecta, la hermana perfecta, la hija perfecta, ni mucho menos la madre perfecta. Y quizá, para algunos, tampoco la abuela perfecta.
Pero para mí, ante mis ojos y en mi corazón, fue la abuela perfecta .
Hoy, al recordarla, me vienen a la mente tantas anécdotas de mi infancia con mis primas. Ahora me río de las ocurrencias que nos hacía hacer, aunque en aquel momento me enojaban. Gracias a ella aprendí a rezar el rosario, probé plantas que seguramente ni ella sabía si eran comestibles o no, pero que igual nos daba a probar con toda la confianza del mundo. También, desde niñas, nos preparaba pajaretes con alcohol de caña… y creo que por eso mis primas y yo heredamos el gusto por el alcohol.
Tuve tantas experiencias únicas a su lado que hoy forman parte de lo que soy. Son miles de memorias hermosas que me llenan el alma cada vez que pienso en ella, y que me hacen sonreír incluso en medio de la tristeza de su partida.
Sé que muchos también guardan recuerdos con mi abuela, y deseo que siempre la conserven en su corazón con amor y cariño.
Mi abuela era alegre y auténtica. También era terca y aferrada.
Amaba el tequila y el mariachi, como toda buena jalisciense. Tenía ese carácter tan especial de “chiqueona” cuando se hacía la consentida de viejita. Esa era ella, una señora fuerte y llena de vida.
Aunque hoy nos duela su partida, quiero recordarla no con tristeza, sino con gratitud por todo lo que nos dio. Porque cada risa, cada enseñanza y cada momento vivido con ella son un regalo que siempre nos acompañará.”
De su nieto Felix De La Paz:
“Mi abuela era una mujer excepcional, llena de sabiduría.
Una figura de fortaleza y ternura, que irradiaba calidez y bondad.
Su fuerza, inteligencia y amor incondicional fueron un faro en mi vida, y ese recuerdo vivirá siempre en mi corazón.”
De su nieto Iván Cevallos:
“Cuando no tengan idea de qué comer, piensen qué comería Doña Elva a escondidas para matar el hambre. Cualquiera sea lo que les venga en mente al recordarla, es seguro que esa opción les quitará el hambre y será más saludable que una bolsa de sabritas. En mi caso, yo recuerdo un par (o tres... pares) de tortillas de maíz, un aguacate, un chile serrano en rodajas y un vasto trozo de queso Cotija añejo... del verdadero; el que huele a vuelo de Volaris con origen en Guadalajara; ese que algunos sacrílegos, por tener procesos similares, osan comparar, en agravio de ambos, con el Parmigiano; ese queso mundialmente premiado y reconocido como "el queso de México"; ese queso que le ha dado al pueblo de Cotija en Michoacán tanto renombre; del que los Master Chefs mexicanos dicen tener un rancho en Cotija que se los produce exclusivamente (me recuerdan a una Señora)... ese queso que en realidad fue producido por primera vez en un pueblo ubicado en una montaña de la sierra Tamazula, a 770 metros sobre el nivel del mar y a 60 kilómetros de distancia de Cotija; un pueblo que producía más queso del que podía consumir y, por ello, cada temporada de cosecha bajaba sus excedentes al pueblo de Cotija para venderlos a los comerciantes; comerciantes, de este último pueblo, que por contar con una ruta de comercio directa con la Ciudad de México, dieron lugar a que los capitalinos bautizaran a ese producto como "queso Cotija" sin tener idea que en realidad el lácteo era oriundo de aquel otro pueblo en el que tres cotijenses de nombre José María Valencia, Margarito y Francisco Sandoval, se habían hecho de extensas tierras y cuya descendencia se ha venido mezclando hasta estos días... ese pueblo que los españoles fundaron en 1530 con el nombre de San Miguel Xilotlán, que después en los 1800s perdió el San Miguel para quedar como Xilotlán y que hoy se llama Jilotlán de los Dolores, Jalisco... un pueblo de 80 hectáreas que cómodamente cabría en Colinas del Cuchumá; donde en 1940 nació una niña que creció y se casó con un señor de Culiacán, que tuvo siete hijos, diez nietos y dos bisnietos... una señora que tenía línea directa con El Señor de los Cielos (el original del diluvio, no pelagatos)... una señora que a lo largo de su vida fue "coleccionando" múltiples "tesoros" (rolling eyes) entre los que destacan porcelanas chinas, vajillas francesas, joyas preciosas (still rolling eyes) tapetes persas, cables de impresoras, pasteles de chocolate petrificados, hogazas enteras de pan italiano, vinos avinagrados y ese... ese que era su fuente de Poder: El Libro... el libro con cuyas referencias mataba cualquier argumento técnico-lógico que le pusieran en frente... ese libro que nunca supieron su nombre pero que yo tuve la fortuna de tener en mi poder... ese libro en el que leí la historia del queso que les acabo de contar.... por si es que estaban dudando si era verdad, ¡cabroncitos!”
De su bisnieto Manuel De La Paz:
“Aunque no tuve la oportunidad de pasar tanto tiempo con mi abuela, siempre supe cuánto me quería. Los momentos que compartimos fueron especiales y los recuerdo con cariño.
Algo que siempre admiré fue el amor y el cuidado que le tuvo a mi papá; eso me hacía sentir bien, porque veía en ella una bondad sincera y un corazón lleno de amor.
Me duele su partida y me entristece pensar en sus últimos momentos, pero también siento alivio al saber que ya no sufre, que está en paz y en el lugar donde siempre quiso estar, junto a Dios, a quien tanto amó y en quien siempre se apoyó.”
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